¿Alguna vez te has preguntado por qué las mariposas pueden volar?
Yo sí, muchas veces. ¿Y sabes que es lo que creo? Creo que lo que pasa es que aprovechan al máximo su vida, sí, porque solo tienen un día o unos pocos días para crecer, enamorarse… morir. Y después todo se terminará, se acaba, ¿lo entiendes? No hay nada, se van, se alejan, y no vuelven… ya no vuelve. Es como el amor, se parecen mucho. Él llega, como las mariposas, lindas, preciosas, coloridas, alborotadas, pequeñas, nerviosas, enamoradas… Brillantes, eso es, ambos brillan como nunca, llegan a ser capaces de tocar el cielo y sentir las nubes o el calor del sol por encima de sus preciosas alas/manos disfrazadas. Recorren los lugares más escondidos de un bosque, de un parque o de una ciudad, dejándose ver, sintiéndose libres, pintando colores en días grises, dibujando senderos de felicidad por ahí, dónde pasan, dejando atrás una huella, el rastro de su fragancia… para luego, después, terminar marchándose, borrando cada uno de los dibujos de su cuerpo, eliminándolos por completo. Y el amor igual. Olvida cada letra que compone esa palabra, llora en silencio esa ausencia perdida, perdiéndose, escapando así hasta de su propia sombra… para aterrizar en el suelo, como la mariposa que cae lentamente durmiendo sus alas, como la mujer que se deja hundir hasta perderse en la más remota y temible oscuridad. Así… destruyéndose… alejándose… despidiéndose para siempre.
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