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domingo, 30 de enero de 2011


Todos nos preguntamos dónde vamos después de morir. Muchos creen que existe un infierno y un cielo, un lugar común donde vamos todos. Otros creen que sólo hay un paraíso. Existen aquellos que creen que uno reencarna en otro cuerpo. Muchos que creen que después está la nada misma, el vacío. A otros los consuela pensar que esas personas se quedan hasta que cumplen sus misiones para descansar en paz.

Todos conspiran con sober del tema, nos gusta hablar sobre la muerte porque es difícil entender que exista algo que no conozcamos, que no podamos descifrar. El ser humano cree que puede y tiene el derecho a saberlo todo e inventa o cree en historias que nos dicen que pasará. Pero la dolorosa verdad, es que nadie sabe. Nadie puede saberlo. Creo que sería mejor, confiar en que todo sucede por algo, está bien a veces dejarnos llevar por es incógnita. No siempre hay que saberlo todo. Si lo supieramos, si supieramos que hay más allá de la vida, todo sería un caos. Nos volveríamos más poderosos de lo que ya somos y jugaríamos con la vida propia y de otros. Creo que por algo hay cosas que uno no sabe, porque esas cosas nos atormentarían, nos quitarian las ganas de vivir la vida, de disfrutarla. E incluso en ese momento, en que nadie sabe bien que pasará después, podemos sentirnos bien porque sabemos que no estamos solos, que alguien nos acompaña. Si de algo puedo estar segura es de que los momentos más importante de la vida, se recuerdan por quienes nos acompañan. Y en esto coincidimos todos: ninguno sabe que hay después, pero todos, absolutamente todos, esperamos que el hecho de que exista un después es lo mejor para uno.

Hay cosas que ni los médicos, nuestros sentimientos, ni nuestras ganas de que las cosas no sean como son, pueden evitar. Quizás lo que hace a la muerte única, es que es inevitable e incontrolable. Llega cuando tiene que llegar. Porque para todo lo demás tenemos un control que decide que cosas evitar, que cosas hacer, cuando parar y cuando no.




Es extraño pensar que la forma en que nos despedimos, podría decirse que no fue digna de nosotros. No fue algo que nos gustó hacer. En verdad, podría asegurar que no queríamos que una estúpida pelea se transformara de esa forma, animal e injusta en que después de tanto amor parecía avecinar el odio. Nunca pensamos que lo que nos unía algún día iba a separarnos. No pensaste cuando me prometiste nunca dejarme que las cosas cambian, porque es la ley de la vida y la permanencia, el tiempo consigo arrastra lo débil, lo que ya no nos pertenece, y si algo anda mal basta con un poco de esmero para que su fuerza haga su trabajo. Calculo que no nos sirvió de nada vivir todo lo que vivimos, no me sirvió saber que nada es para siempre cuando me prometiste que contigo era diferente. De todas formas, pasó. Y no se si fue tu falta de compromiso o mis esfuerzos por creerte pero algo no funcionó como debía funcionar, las caminos cambiaron su curso y por una cosa o por otra dejaste de remar contra la corriente. De a poco fuiste dejando que lo nuestro se erosionara, mientras por mi lado forcé la situación porque estaba muy asustada, porque simplemente no podía quedarme viendo de brazos cruzados como me alejabas. Para cuando la tormenta se desató, el tiempo aprovechó.