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miércoles, 29 de septiembre de 2010



Yo creo que el mundo en sí es magnífico y no nos paramos a... a verlo como realmente algo así merece ser visto. A veces tengo la sensación de que la gente que me rodea camina por la vida sin fijarse en cosas que a mí, personalmente, me fascinan. Creo que todo, absolutamente todo en el mundo, es increible y de nosotros depende ver esa... esa belleza real e infinita contenida en un algo finito y provisional. No sé. Es que ultimamente tengo la sensación de que la mayoría de la gente camina a través de la belleza, incluso me atrevería a decir por encima de la belleza, la pisan y ni siquiera bajan la mirada para verla. Es algo que me saca de quicio. Me enerva. Me enerva que a la gente le cueste tantísimo bajarse de este circo mundano cinco minutos al día para empaparse de un algo tan perfecto que podría alegrarnos la vida. Vivir no es una obligación y a veces siento que los que me rodean no tienen esa ilusión por vivir. Casi nadie se baja del mundo mudo para observar con cuerpo y mente lo que se cuece, casi nadie desenreda los párpados para vislumbrar con o sin cautela lo único que realmente merece la pena. La vida es bella, bellisima, tan imperfecta que acaba resultando sumamente perfecta. Hay... Hay belleza por todos lados, se lo juro. Vayan a un mercado, vean a la gente escoger la mejor fruta. Caminen por la calle, empápense de los desconocidos, noten cómo la naturaleza real y la impuesta se mezclan en un cóctel francamente alucinante. Y después vengan y cuéntenme si tienen narices que la vida no merece la pena. Vengan y atrévanse a insinuar que en el mundo ya no queda belleza.

Clava sus ojos en mis ojos y se abandona en mi mirada sin ni siquiera preguntar. Yo mantengo fija la pupila por un rato, pero él no se retira. Tiene los ojos de color, y no hay más que color en sus ojos. No me gusta y me disgusta su forma tan amarga de mirar sin ver. Y no puedo verme en él. No es alguien que diga nada con su mirada porque el marrón no es más que un color. No hay densidad, ni frialdad, ni vacío. Sólo un color inexpresivo que no expresa más de lo que por sí expresa un color. Me mira, le veo mirarme y no me ve. No sonrie. Al menos no delante de mí. Aunque se lo pida. No sabe hablar sin palabras, no usa su cuerpo para decirme absolutamente nada. No brilla él, no cambia el tono (de su voz).

Llego a casa un lunes por la tarde. Y es Abril. Me quito el vestido, lo lavo y lo tiendo durante día y medio. No tengo valor para sacarlo del tendedero, para volver a tocarlo. Y al cabo de treinta y tres horas agarro valentía y cojo el vestido. No tengo que acercarme para olerlo. No tengo que colocármelo cerca de la nariz para sentir que sigue oliendo a ti. Tomo un barreño, echo agua fría y detergente. Froto. Froto como una completa loca. Con una fuerza que ni siquiera sabía que tenía. Froto como si se hubiera manchado de vino, como si se me fuera la vida en una enorme mancha que ni siquiera existe. Que ni siquiera existe físicamente, porque psicológicamente debo tener una mancha enormemente horrible que me tiene nublada por completo. Lo vuelvo a tender y lo vuelvo a dejar otras horas. Y al cabo de un tiempo, me vuelvo a armar de valor y tomo el vestido con mis manos. Aún puedo olerte. Aún huele a ti. Y pienso que me estoy volviendo completamente tarada. Que es imposible que esto siga llevando tu olor. Que debo tenerlo incrustado en mi nariz. Pero entonces tomo otros objetos de la casa, objetos que no te han visto, objetos que no te han olido, y distan lejos de tener incrustado tu característico olor. Mi piel sí que huele a ti. Tiro el vestido a la basura. Me encantaría arrancarme la piel, tirarla también. Comprarme otra nueva. Comprarme una vida nueva en la que tú no estés. Comprarme un presente que no te contenga. Busco ayuda. Hablo con amigas. Me dicen que no me preocupe. Que ya pasará. Que me olvidaré de ti antes de darme cuenta y volveré a ser feliz. Y no me convencen. Ninguna de ellas me convence. No soy miembro de ningún club de olvido. Porque no existe. Porque nunca he conocido alguno. Visito a un terapeuta. Y me obliga a escribir sobre ti. Llevo tres horas para veinte lineas. Y parece que ha pasado una vida. Dejo el bolígrafo. Guardo los papeles debajo de una manta oscura que hay encima del sofá. Corro a buscarte. Corro en tu búsqueda.

Por favor, no llores. Me dice mientras pasa su mano por mi cara empapada de lágrimas. Y cree que esas palabras harán que deje de llover en mi rostro. Sin saber que, por más que diga, esta pena no ha hecho más que empezar. No puedo dejar de llorar, y esa es la verdad. me gustaría no estar aquí, en este momento, llorando delante de él como una tonta. pero es lo único que puedo hacer. Llorar hasta que se me calme el corazón. la voz me tirita y apenas puedo hablar. Noto como me trabo, me atragando con las palabras que me gustaría decir y que no digo. Que no digo porque estoy paralizada. Es como si sólo funcionaran mis ojos. Para llorar. Porque ni siquiera puedo verle la cara, ni siquiera veo el gesto compungido que probablemente debe tener. Ni siquiera veo su cara de deseo por que pare de llorar. Y seguro que lo está pasando francamente mal. Si yo sé que no es una situación agradable. Pero en este momento ni siquiera me planteo estar siendo egoista. Se ha acabado. Y sé que la culpa no es suya. No es sólo suya. Pero yo soy más débil y lloro. Y me quedo ahí, pegada a la pared, imantada como el recuerdo de Paris en mi nevera. Ya ni siquiera espero a que me bese. Ya ni siquiera alzo los brazos para que me apriete contra su pecho y me abrace fuerte. No hay nada que pueda calmarme ahora. Es tiempo de llorar. Sólo es tiempo de llorar.

La vida está llena de círculos. De un cúmulo de circulitos que van ahorcándonos poco a poco si no los cerramos. No es fácil. Digo que no es fácil cerrar algo que forma parte de tu vida. Es casi como decir Bye Bye para siempre, porque una vez que un círculo se cierra del todo no puede volver a abrirse. Simplemente, no se puede. Y es jodido cuando no eres tú la que ha de cerrar la puerta, cuando no puedes hacerlo sola, cuando necesitas de otra mano para hacerlo porque no sólo tú formas parte de la historia, no sólo tú compones el círculo, no sólo tú te metiste de lleno en algo que si no cierras puede destrozarte en menos tiempo del que te des cuenta. Los círculos compartidos son un horror. Un asco. Un desajuste irracional que cuesta llevar a buen puerto. Los círculos compartidos, cuando no todos los miembros están presentes para cerrarlos, son horribles y te van ahorcando lentamente hasta que de repente ¡Pum!

No me gusta la gente que hace que te sientas insegura. Insegura respecto al físico, ya saben a qué me refiero. Más gorda de la cuenta, más baja que de costumbre, más fea de lo permitido. Entiendo que los seres humanos han de ordenarse según un criterio, pero no supuse que el cuerpo físico fuese tan sumamente importante. Sabía que era importante, pero no conocía el extremo. No conocía hasta dónde puede llevarte una mala imagen, ni de qué puede salvarte una buena talla de pantalones. Las personas deberíamos prestar más atención a otras cosas menos superficiales. Pensar cuánta grasa puedes acumular con tan sólo dos galletas es estúpido y me da que pensar que quizá los ciegos sean los únicos ricos de todo este superficialismo.