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miércoles, 8 de diciembre de 2010


Al andar con mi cuerpo, calvalgando dentro de el, corriendo las sendas de la vida pude comprender de donde sale tanto dolor que siento. Me senté, sonde marqué nuestras iniciales, donde toda la ciudad queda a mis pies. Pude sentir esa opreción en el pecho que sentí cuando comprendí que me habías dejado, que me abandonaste saliendo en cuclillas, silenciosamente sin siquiera decir adiós. En estas épocas, el calor azota la ciudad y todos buscan refugio bajo la sombra de los árboles. Por otro lado, busqué mi refugio en aquel lugar, en medio de la carretera. En medio de la nada. Haciendome pasar por un fantasma que por la velocidad de los autos, nadie puede ver. Miré al cielo mietrás el sol se iba alejando por el este, escondiendose de a poco, tímido, tibio. Esperaba que como el día en que marqué pro primera vez aquellas iniciales, lloviera. Pero mi corazón es un desierto que no llora ni habla. Le han dejado sin palabras. Y me dejé recordar, desde que nos marqué allí, en el suelo como cuando los cavernícolas marcaban las paredes con piedra. Todas aquellas veces que pasé por ese mismo lugar y al ver escritos nuestros nombres anónimos me permitía al menos sonreír y volver a aquellos días en que te tenía.

Este dolor, es agudo, profundo, cava mi tierra, pela mis capas hasta llegar donde nadie nunca puede llegar: mi alma. Y la estruja, la maltrata, la vuelve añicos, la hace suya y lo disfruta. Puedo ver su cara reflejada. Siempre me dijiste que te dolía verme, así o quizás peor. Tu dolor era agudo, como el que siento yo ahora. Te confundía, te tenía perdido por más de que yo intentara jugar el papel de brújula para orientarte, para señalarte el camino que te dirigía hacia mi. En el momento en que decidiste terminar con lo que nos unía, te deshiciste de ese dolor. Como quien se lava las manos luego de comer y sigue con su rutina. Pude sentirte, deshaciendote de mi junto con el dolor que te unía a mi vida, aquel dolor que te hizo conocerme, aquel dolor que luego de un tiempo al comprender que el dolor de ver el mal de otros puede hacerte recapacitar y llegar a buen puerto, te dio paz y muchas sonrisas.

Siento correr por mis venas esa escencia, que no deja de llevarme al error. Porque el dolor es un buen consecuente del miedo, y digo buen porque es el resultado estratégicamente perfecto para el corazón, un gran caparazón. El dolor, tu dolor, se volvió parte de mí. Intentaba averiguar como...cómo era, qué formula utilizaste para olvidarte tan fácilmente de mí. Te envidié por tu capacidad de deshacerte de un sentimiento tan fuerte como lo es el miedo, el dolor y el amor. Los tres elementalmente relacionados. Porque, como siempre digo, existe un balance, aunque no lo conozca del todo. Que yo sea un extremo no significa que no sepa exactamente cual es la forma de estar en el medio, en lo justo, en lo que nos lleva a esa tan preciada felicidad que distintos filósofos dicen se puede llegar a ella, cada uno con su método y forma de ver las cosas.

En fin, a mi lo que me duele hoy es tu dolor y el mío, al mismo tiempo. Complotándose, explotando bajo mi piel. Por eso vos seguiste y yo no, porque tu dolor, se infiltró en mi debilidad, en mi estúpido corazón. Destruyeron juntos la frontera que protegía mi alma. Destruiste el lazo que quería durase a lo largo de la eternidad. Tu dolor y el mío, juntos, hicieron masacres en mi cuerpo. Lo lastimaron.

Mi estructura, se resiste a renunciar. Es quizás, ver como el mundo gira, como tu mundo gira sin mí, lo que termina por tirarme al suelo a llorar como una niña desamparada. No me vengas a mi con que vos también sufriste, no me vengas con que te dolió porque ambos sabemos muy bien que si al menos te hubiese dolido, hubieras vuelto. Porque hay dolores que son insoportables. Hay dolores que unen a las personas, que las juntan, que las complementan porque dependiendo de los dolores que cada uno vive en su vida es por los cuales uno busca pares, que entiendan, que valoren, que curen. Y no los califico como malos. Es decir, hay cosas y personas que hacen de su destino.

Me he quedado con esa opreción en el pecho, con nuestro dolor, con los recuerdos que implica todo ello, con tus promesas completamente destruidas, con mis manos sangrando el sacrificio en vano.

No quería aceptarlo, quizás me resistía a verlo. Nunca llegamos a puerto. Realmente, muchas veces soñé con poder sentirme parte de alguien. Alguien en la vida de alguien. Quizás, después de todo, nunca exitió tal lazo. Quizás, nunca debí escribirnos y no permitir que se borren aquellas iniciales en el suelo. A veces creo, que que quizás, esto nunca fue.

Parece ser, que la brújula se rompió a medio andar.

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