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lunes, 6 de diciembre de 2010


Me sentí humillada a sus pies, sentí que el tiraba mi mundo abajo sabiendo lo doloroso que era escuchar esas palabras salir de su boca. A veces veo en un costado de su cara ese semblante de disfrute cuando me critica. Es como si criticandome llenase ese enorme vacío que dejó cuando se fue de casa a mis 11 años. Papá a veces necesita criticarme, para aceptar las criticas que tiene para sí mismo. Me ve como un mounstro, como el que siempre supe que yo era. Me recuerda constantemente lo mierda que puedo llegar a ser con un poco de esfuerzo. Mientras esperabamos que mi abuela preparara la cena, el me miró a la cara cuando me senté en su regazo como las niñas que buscan un refugio luego de la tormenta y me sujetó cuando los demás escapaban de mí. Quise creer que compartiriamos el silencio como siempre solemos hacer pero entonces, me dijo: "Mañana vamos al gimnasio a la mañana, para bajar esto (y sujetó mi estómago)". Mi sonrisa de niña inocente se borró y apareció ese dolor que escondo en el fondo de mi alma. Mire mi panza, miré sus ojos y entre suplicas silenciosas le rogué que se retractara. Rogaba no haber escuchado eso. Rogaba que mi cabeza no lo procesara lo suficiente como para hacer algún tipo de estupidez de las que me caracterizan. En sus ojos no encontré más que satisfacción y entre palabras, quiso arreglar la situación diciendo: "Mirá, yo también tengo así la panza, ¿vez?". Sabía que en verdad, no lo decía por culpa, sino porque sabe que ese tipo de cosas me movilizan, el sabe que siempre tuve este asqueroso complejo que absorbe mi vida con facilidad. Para ese entonces yo ya estaba pensando que hacer conmigo. Con mi indecente cuerpo que nunca alcanza las expectativas de nadie, ni las mias, ni las ajenas. Ya no podía mirarlo a los ojos, me sucede así cuando intento verme al espejo y un rechazo me hace alejarme de lo que dice que soy. Le fascina de una manera loca decirme que hacer, cómo hacerlo y cuando. No le gusta que las cosas no se hagan a su manera. El no entiende que todos somos distintos y hacer que todos digamos y hagamos las cosas de la misma forma es equivalente a perdernos. Hace tiempo me perdí. Gracias a su comentario, o quizás a mi cinismo de otorgale importancia, no cene. Y al día siguiente, no almorcé ni comí absolutamente nada. El no se entera o prefiere no enterarse. Nunca sabe decidirse, a veces me dice que estoy muy flaca y luego, dice que estoy muy gorda. Se que soy parte de los extremos, de hecho, podría jurar que le caigo bien a los dos, a lo bueno y lo malo. Aunque seguramente, tengo más cosas malas que cosas buenas. Nadie lo niega: no valgo la pena.

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