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viernes, 20 de mayo de 2011

Vive y nunca te mueras.

Tomaba café ardiente y fumaba con ansia. Le temblaban las manos de forma imperceptible para todos menos para mí y su forma de arquear las cejas de vez en cuando como si un pensamiento hubiera chocado de frente con otra idea temeraria en la carretera de su mente me llamaba especialmente la atención.
Algo en mí se levantó del asiento y cruzó la cafetería hasta él. Como un espectro del quiero y no me atrevo que realmente se atrevió.
Mi falda bailaba con el contoneo de mis caderas y notaba el roce de mis dedos en el muslo al caminar. Cuando me detuve delante de él sonreí confiada:
–Disculpa, ¿me puedes decir qué hora es?
–Son las cinco menos cuarto. –dijo de forma escueta, casi sin darse cuenta de mi presencia.
–En un rato amanecerá –añadí.
Él seguía inerte o tal vez fuera de cobertura, intentando recargar la batería de su motor tomando café doble. Yo no me moví un milímetro y, al poco tiempo, surtió efecto.
–Perdona, ¿te conozco? –me preguntó con su incomparable arqueo de cejas.
–Sí –mentí.
Él se aclaró la garganta y me dedicó una sonrisa nerviosa. Después hizo un gesto invitándome a compartir asiento.
–Soy Ludmila –inventé. –Nos conocimos hace unos años, ¿no me recuerdas?
Él seguía callado, tratando de recordar el pasaje que acababa de crear. Parecía realmente concentrado rebuscando en su memoria el instante donde vio por primera vez mis labios, aunque yo sabía de antemano que no lo conseguiría.
–Oh, ya lo tengo, perdona. Fue aquel verano de 1987 ¿verdad? Aunque te recuerdo más morena.
–Sí, eso es. Me teñí justo al volver, quería un cambio en mi vida.
–Te queda muy bien el rubio. –comentó con sinceridad.
Le di las gracias y tomé mi café con él. Se llamaba Ezra, era matemático y estaba esperando al primer tren para acudir a una conferencia. Me contó que su hermana Brie se había casado por fin con su novio del instituto y que por desgracia, sus padres fallecieron.
No tenía idea de nada de lo que me decía pero era bonito estar allí tomando café con él y formar parte de su vida, de sus recuerdos. Aunque en realidad, ambos supiéramos que todo era mentira, un juego para pasar las horas más rápido, una excusa para ver el amanecer en compañía.

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