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miércoles, 3 de febrero de 2010

llorar.


Las personas se ven muy frágiles cuando lloran. Casi que da lástima, sea quien sea. Cuando ves a alguien llorar, no importa lo que hizo o qué papel ocupa en tu vida, simplemente sientes pena y deseas que deje de hacerlo, que deje de escupir lágrimas y se ponga a contarte un chiste o su vida, lo que sea, cualquier cosa que le cambie la expresión. Me atrevería a decir que sólo cuando lloramos todos somos iguales. Idénticos. Aunque sea por un segundo, por un mísero segundo, no hay nada que nos distinga del de al lado. A mí no me gusta llorar. Aparte de que me cuesta muchísimo trabajo, detesto hacerlo. Gasto muchas energías en llorar de risa, y cuando toca llorar de verdad, llorar de dolor, no encuentro la forma de hacerlo, ni la energia. A nadie le gusta mostrarse vulnerable sin un as en la manga, a mi tampoco. Llorar no es fracasar, pero sí que te abre puerta al fracaso. Llorar delante del que te dañó es darle un pastel para que siga alimentándose, es invitarle a que continúe con la matanza. Sin embargo, aguantar como un campeón mientras por dentro te rompes, sin que la otra persona tenga constancia de ello, es la mejor manera de darle una bofetada sin nisiquiera tocarle.

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