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sábado, 16 de octubre de 2010


No me vengas con eso de que lo sentís, se que no es así. Si sientieras haberme lastimado así, probablemente lo hubieras evitado, probablemente me hubieras cuidado y no te hubieras alejado. No me vengas con mentiras, ya tengo muchas adjutadas en tu papelero y no estoy dispuesta a caer en nuevas trampas o formar parte de nuevos engaños. Si vas a decir algo, decí algo que valga la pena escuchar. Palabras que me devuelvan un poco de lo que fue, palabras del alma, que salgan de tu boca no porque te pido que las digas, sino porque queres y estas dispuesto a decirlas. No voy a rogarte, no voy a pedirte clemencia, no voy a esperarte ni mucho menos reprocharte. Hoy por hoy, siento que me privaste de tu vida. Creaste un muro para protegerte o para ocultar tus cicatrices, ese dolor tan o incluso más sufrido que el mío. Me dejaste fuera de las cuatro paredes que te encierran y quedé tan sola, angustiada, despojada, olvidada. Al finalizar el día, cuando la noche cae y no quedan excusas ni rutinas que me salven, te veo, en el espejo azul del baño como un reflejo de mi alma, como un grito de auxilio que asfixiaste, como tu abrazo quitandome el aire, como tu mano diciendome adiós.

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