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domingo, 17 de enero de 2010


Te miré sin tiempo en las manos, sin excusas en los labios. Me senté a tu lado y te sujete la mano porque aquel silencio nos decía más que mil palabras. Preferí escuchar tu respiración y la mía competir entre ellas desesperadas por encontrarse y aún así, esquivandose. Esque cuando uno envejece, enloquece por querer encontrarse en alguien. Sea quien sea. Y estabamos pidiendonos perdón sin voz en la garganta, por no haber esperado. Porque ahora no habían relojes que marcaran un tiempo propio de nosotros, ahora los minutos y los segundos se separaban. Vos eras de ella y yo de él. Porque nunca te he dejado de sentir aún siendo de otro. Por miedo a olvidarte y olvidarme con tu recuerdo. Para ese entonces ya no nos quedaba nada nuestro más que palabras muertas, suspiros vanos y dolor, mucho dolor. Nos miramos; y me vi en vos y te viste en mi. Escondí mi cabeza en tu hombro y en ese momento entendimos que se había quebrado la historia de la vida por habernos perdido en el camino, por inconcientes, por apresurados, por miedo a morir sin compañía, por jugarnos la vida en un minuto terminamos por perder absolutamente todo.

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